" Cuando conocí a Esteban, hace ya bastantes años, no tuve más
remedio que percatarme de que era un Merlín, ocupado en la creación, o
recreación, continua del mundo. Alguien sentado junto a ti en un callejón, que
decía de pronto que un ratón que pasaba por allí ( y en ese momento ya pensabas
en la rareza del hecho) era en realidad un brujo perseguido por la policía, por
participar en una manifestación (y efectivamente aparecían inopinadamente
varios policías; luego te enterabas de que realmente la había habido), lo cual
era una prueba de la represión de la libertad, como también ocurría en la edad
media en esa ciudad en la que estábamos sentados y en toda Europa; en realidad
eso estaba ocurriendo en todo el mundo en todo momento “¿Te das cuenta?”.
Entonces, uno de lo que se daba cuenta era de que no estaba seguro de vivir en
el mundo que creía ver a su alrededor con sus miopes ojos cotidianos o en el
descrito por Esteban. Andando el tiempo, llegué a comprender que ambas cosas
eran posibles y que su trato ampliaba mi visión del mundo con algunas otras
dimensiones adicionales.
Supe que Esteban había comenzado su andadura profesional
pesando reses en un matadero y que, tal vez como lógica reacción, había pasado
a reconstruir el mundo en una serie de artículos, que culminaron en un premio
al mejor artículo de prensa publicado en Argentina. Todo ello lo convirtió en
un prestigioso periodista, que recorría todo el planeta, enviado por los
periódicos argentinos más importantes.
Era a la sazón un mozo de 1’99 cms. con soñadores ojos azules
y un atractivo devastador sobre las mujeres, que vivió en algunos aspectos una
vida más propia de las 1.001 noches que la del común de los mortales.
Esteban, pues, vivió una larga y fructuosa existencia en
consonancia con estas características. Para no alargar esta presentación
añadiré sólo que yo lo conocí cuando, después de muchos años en España, regresó
a Argentina, de donde volvió a nuestro país hace pocos días, encargándome esta
presentación, que forzosamente ha de ser sucinta, para no ser infinita.
De acuerdo con lo anteriormente expuesto y ciñéndome a la
realidad presente de la obra que aquí nos ocupa, diré que una característica
fundamental de la escritura de Esteban es la capacidad de crear una física
cuántica de las palabras, las cuales, al atraerse o repelerse, impulsadas por
el campo eléctrico que en ellas subyace, dan lugar a un mundo peculiar que es
un veraz reflejo del real y al tiempo una destilación del mismo hasta poner de
relieve las raíces comunes de personas o hechos aparentemente inconexos, pero
que no lo serán después de leídos.
Un anónimo egipcio de circa 1250 a. c. dice: “Mira, no hay
profesión sin amo. Pero no para el escriba, porque él es el amo”. A pocas
personas le es tan aplicable esta sentencia como a Esteban, capaz de disecar
cada momento de la actualidad en una síntesis que abarca no solo la de su país,
sino las implicaciones del resto del mundo, puesto que, al fin y al cabo, este
está formado por hombres y la magia de las palabras de Esteban consigue desnudarlos,
poniendo a los políticos en su lugar, que no es el nuestro, pero la conexión, o
colisión, entre ambos resulta esclarecida por sus artículos, cuya lectura es
más que conveniente para cualquier argentino, ciertamente, pero también para
cualquiera no argentino, pues todos podemos disfrutar con la degustación de
este auténtico festín de la palabra.
Esta polifacética disposición de ánimo ha llevado a Esteban,
como él mismo confiesa, al cultivo del monólogo poético, el relato, el cuento,
la novela y la crónica periodística.
Además de un gran periodista, es un mago y, por consiguiente,
duda de que la realidad sea real. Por lo cual, lleva escrito “más de un millón
de palabras y quince libros de buceo y balbuceo”. Yo diría que es un testigo de
la realidad cotidiana y el creador de su propia realidad, que depura e
interpreta aquella, además de enriquecerla. Por ello sus palabras son “botellas
arrojadas al mar”, mensajes de otro planeta donde mora, posiblemente en
compañía de Saint Exupery y su pequeño príncipe. Un planeta que raramente
visita el nuestro, pero cuando lo hace, respondiendo a la invocación de alguien
que confiesa que “por encima de las religiones amo a Kafka”, ningún lector debe
desperdiciar la ocasión de asistir a esta confluencia de vida y literatura.
La poesía, entonces, se convierte en sus labios en un
redescubrimiento del mundo, el cual ahora es como es: banal y poco soportable
para la mayoría de sus habitantes; pero un día fue como lo describe Esteban en
sus Poemas plagiados. Un día fue
bello, como las diez palabras más bellas de la lengua castellana según Borges.
Fue la creación de un demiurgo, justamente denominado “el Palabrista”,
transmutación de Borges y del propio Esteban en el momento de la escritura, y
uno no puede dejar de recordar el instante en que el dedo divino insufla vida
en Adán en la Capilla Sixtina, según queda reflejado en la inmortal obra de
Miguel Ángel. De esta forma, el libro se convierte en una sucesión de imágenes
deslumbrantes, que funcionan en el lector como los ecos de un paraíso perdido,
o los flecos de un tapiz en gestación permanente. Un espectáculo
imprescindible.
Así las cosas, Esteban nos previene contra el hormiguero en
que nuestra vida transcurre; vida ciega, sorda y muda como los corredores en
que se mueve, corredores interminables que no conducen a parte alguna y de los
que la única evasión es el fulgor de la palabra, único conjuro capaz de
despertar al lector del maléfico sueño en que la sociedad lo sume.
Así como para Sartre el infierno son los otros, para Esteban
los otros, o algunos de los otros, son asesinos que perpetraron su crimen en la
infancia de cada uno de nosotros y por ello hemos de volver a esa infancia y de
alguna forma reconstruirla, lo cual es tanto como reconstruir el mundo. La
palabra de cada uno es su mundo, el único habitable y por consiguiente el único
verdaderamente existente, siendo el otro una mera representación.
Este universo literario hace de Esteban un escritor de
escritores, especialmente apto para transmitir la obra de Borges; el cual le
confesaba en cierta ocasión que su timidez le obligaba a no comunicarse
directamente, sino por medio de símbolos. Es por ello absolutamente
recomendable el libro que Peicovich escribe sobre él. Un hacedor de símbolos
desentrañado por otro. Una experiencia única. El hermanamiento de dos
escritores unidos por la frase de Borges: “Yo busco asombro donde otros
encuentran solamente costumbre”.
Bien, creo que esta última frase es un buen resumen de la
obra de Esteban y lo que hace inevitable su lectura. El asombro es la puerta al universo que
acecha solo a unas pocas palabras de la rutina cotidiana de cada uno de
nosotros. Una distancia que se puede franquear con un tecleo de ordenador. Nada
más que escribiendo: “Esteban Peicovich”.
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